Érase una vez un error convertido en el mayor de
los aciertos. Cuando en lugar del chico huérfano que los hermanos Cuthber
esperaban llegó a Tejas Verdes la pequeña pelirroja y pecosa Ana Shirley, la
vida de los habitantes de Avonlea cambió para siempre por la presencia de la
niña más imaginativa y apasionadamente liante de cuantas en la ficción y en el
mundo real se recuerdan.
En efecto, cuando Lucy Maud Montgomery allá por los primeros
años del siglo XX inventó el personaje de Ana Shirley y plasmó sus divertidas y
tiernas aventuras en una saga de ocho novelas cambió para siempre la vida de
sus lectores presentes y futuros. Porque es prácticamente inevitable leer la
historia de Ana, la de Tejas Verdes, la de Avonlea, sin contagiarse de su
creativa forma de sentir, de su rebosante energía positiva y su encantadora
capacidad para cometer errores y seguir confiando en un mañana limpio de
fallos. Es imposible leerla y que, tras cerrar la última página, un poco o mucho de Ana no se quede en nuestro interior como parte de nosotros mismos.
- ¿Nunca ha imaginado las cosas diferente de lo que son? -preguntó Ana con los ojos muy abiertos.
- No.
- ¡Oh! -Ana suspiró profundamente-. Oh, señorita Marilla, no sabe lo que se pierde...
***
- Hay tantas Anas diferentes en mí. A veces pienso que por eso soy problemática. Si yo fuera una sola Ana sería mucho más cómodo, pero entonces no sería ni la mitad de interesante.
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