Acaba de salir una noticia que para los amantes del genial Mark Twain (entre los que me encuentro) es sumamente apetitosa. Se trata de la publicación de parte de la esperada autobiografía del escritor estadounidense, una primera entrega de 760 páginas, y el compromiso de publicar otros dos volúmenes adicionales en el plazo de cinco años. Seis años de meticuloso trabajo de edición a partir de cuatro archivadores repletos de papeles han sido necesarios. Los materializadores de tal hazaña, un grupo de académicos y la editorial de la Universidad de California.
El autor de Las aventuras de Huckleberry Finn (obra que Ernest Hemingway calificó como la fuente de toda la literatura moderna de Estados Unidos) se dedicó, durante los últimos cuarenta años de su vida, a intentar conformar el relato de sus propias aventuras. Pero no fue hasta 1904 cuando dio con la fórmula perfecta: escribir sin un comienzo concreto y deambular con libre albedrío por toda su vida. El resultado es un torrente de conciencia, la madre de todos los monólogos interiores o, tal y como lo definió el propio autor, "un revoltijo completo y deliberado". Con amplias oportunidades para que el consagrado escritor y viajero impenitente se reinvente una vez más, recuente su transformación de Samuel Langhorne Clemens a Mark Twain, acribille a sus contemporáneos y comente con su obligada insolencia sobre la actualidad del momento y las limitaciones de la condición humana.

Nos había dejado más de 2.500 páginas en forma de diarios, cartas, bocetos, ensayos, reflexiones y falsos comienzos. Un colosal rompecabezas que este proyecto editorial se ha encargado de ordenar y darle sentido, publicándolo de forma escalonada según los propios deseos de Twain, un sueño cumplido a los cien años de su muerte.